Pittsburg: «el mundo se encamina hacia un nuevo orden económico internacional»

Con esta frase definió Lula da Silva el resultado de la reunión del G20. La reunión de Pittsburg selló el fin de la hegemonía de las potencias industrializadas y abrió la puerta a las naciones emergentes a la discusión de los grandes temas socioeconómicos globales. “El antiguo sistema de cooperación internacional terminó, (el G8) el nuevo sistema comienza a partir de hoy” declaró Gordon Brown. Esta apertura hacia las economías emergentes no es un acto de “generosidad política” es el resultado de una necesidad objetiva, vinculada al impostergable requerimiento de enfrentar coordinadamente una crisis global que se aproxima a una recuperación débil y frágil, que por ende requiere más que nunca de la cooperación entre veinte países que juntos representan el 90% del PBI global, el 80% del comercio internacional y un tercio de la población mundial. Hay consenso en que la salida de la crisis no podrá articularse en base a estrategias individuales, el avance de la globalización exige “estrategias de salida” coordinadas y un gran esfuerzo de cooperación en su implementación. Para entender, evaluar y dimensionar el real significado de este paso hacia una nueva arquitectura institucional en el proceso de toma de decisiones sobre la economía global, es necesario reflexionar entorno a la génesis de esta “victoria extraordinaria”, como la definió Lula. Y para analizarla es necesario revisar lo que aconteció en el mundo, desde la última reunión del G20. Cuando tuvo lugar el G20 de Londres, en abril de este año, la economía estadounidense y gran parte de la economía global, se hallaban en caída libre y nadie podía asegurar que el final no fuese el precipicio, o sea la “depresión”. Habían transcurrido siete meses de la caída de Lehman Brothers y del salvataje por nacionalización de los principales bancos ingleses. La Fed y los Bancos Centrales de la Eurozona inyectaban enormes sumas de liquidez en el sistema financiero, inducidos por el gran temor de que aconteciese una debacle financiera en el epicentro del sistema capitalista. En esta lucha desesperada por mantener en pie los bancos, se generó una gran expansión monetaria que se acrecentó aún más con los programas de estímulo a la economía, la capitalización de empresas y los programas de reactivación sectorial, todos ellos diseñados para fortalecer la demanda privada, que se desplomaba a medida que se destruía la riqueza de los hogares por la caída del precio de las casas y el valor de sus tenencias accionarias. Pero a diferencia de la estrategia de salida de la Gran Depresión, Ben Bernake, un estudioso de la misma, sabía que la prioridad para alejarse del precipicio era mantener el sistema financiero en pie. En este contexto económico, caracterizado por un esfuerzo mundial para apuntalar antes que nada el sistema bancario global, la Declaración del G20 de Londres reflejó un amplio consenso en torno a la urgente necesidad de coordinar las políticas e instrumentos monetarios orientados a fortalecer ese objetivo reclamando, en forma un tanto ingenua, una regulación financiera universal y un rol especial de los organismos internacionales en la supervisión de su cumplimiento, fundamentalmente jerarquizando el FMI.

Evaluando la situación seis meses después de la reunión en Londres del G20, más allá de la tímida capitalización del FMI y de la sustancial disminución de las condicionalidades políticas incluidas en sus préstamos de balanza de pagos, nada trascendente ocurrió en términos de armonización de políticas de los Bancos Centrales. Los países siguieron con sus estrategias individuales en relación al salvataje del sistema financiero, desde posiciones extremas de nacionalización, como en Inglaterra e Islandia, a posiciones intermedias como USA y otras menos intervencionistas como Francia y Alemania. Poco incidió la Declaración de Londres en crear una conciencia global de armonización de políticas, al menos a nivel de los Bancos Centrales. Tampoco lo hizo en materia de diseño coordinado de regulaciones al sistema financiero global, ni en relación al diseño de una arquitectura internacional con capacidad para implementarlas.

A pesar de estas dificultades en la instrumentación de sus recomendaciones, en perspectiva histórica, el G20 de Londres coloca la piedra fundamental en el reconocimiento expreso, en la toma de conciencia universal que la economía global va más allá de las ocho naciones industrializadas y que la crisis ha puesto en evidencia que surgieron nuevos actores: las economías emergentes.

Cinco meses después el G20 vuelve a reunirse en Pittsburg. En los cinco meses transcurridos desde la reunión de Londres, la crisis ha seguido su implacable curso de destrucción: 16 millones de desempleados en Estados Unidos y 54 millones en los países de la OCD; 1000 millones de pobres en el mundo, 200 de ellos producto de la crisis según anunció la ONU. El déficit fiscal en USA se acrecentó a 9.4% y por primera vez llegará a casi 2000 billones de dólares a fin de año. Los hogares estadounidenses han visto evaporarse 3 trillones de dólares de su riqueza acumulada, riqueza por otra parte que no había sido originada en el circuito productivo sino en la burbuja especulativa y por ende de muy difícil recuperación. Pero a diferencia de Londres, ha renacido la esperanza de una recuperación antes de fin de año; con forma de “V” para los más optimistas, de “U” para los optimistas-precavidos, de “L” para los pesimistas y de “W” para los analistas más visionarios como Roubini y Krugman.

La Declaración de Pittsburg, trabajosa construcción de consenso entre veinte países, refleja como lo expresó Lula que «el mundo se está encaminando rápidamente hacia un nuevo orden económico mundial”. Primero jerarquizando su propio status como “foro para la cooperación económica internacional” papel que correspondía anteriormente al G-8; segundo otorgando más voz y poder a los países emergentes y, tercero, reconociendo que la principal causa de la crisis la constituyó un marcado desbalance entre países que consumían más de lo que producían endeudándose, y países que consumiendo menos y exportando más generaban ahorros excesivos, que a su vez financiaban el endeudamiento de los demás. En este sentido, los veinte países unánimemente se pusieron de acuerdo en «asegurar un crecimiento más equilibrado» y destacaron que «todos los miembros del G20 están de acuerdo en corregir las debilidades y desbalances de sus respectivas economías y de sus economías entre si». Además «Los miembros del G20 con excedentes significativos de sus cuentas externas se comprometieron a reforzar las fuentes internas del crecimiento”. El acuerdo sobre la necesidad de proceder a un reequilibrio se vio precedido por discrepancias entre países exportadores y generadores de ahorro como Alemania y China, y con países altamente endeudados y sobreconsumistas como Estados Unidos. Pero incluso en este punto tan delicado y tan crucial para una salida sustentable de la crisis, hubo acuerdo con el objetivo de seguir profundizándolo en las próximas reuniones del grupo. Cuarto, alentando la producción de energías limpias disminuyendo paulatinamente los subsidios al petróleo y otros combustibles fósiles.

En un esfuerzo por evitar que se repitan las condiciones que llevaron a la eclosión de la crisis en el sistema financiero, el G20 también se comprometió a incentivar normas más estrictas para armonizar el nivel exigible de capitalización de los bancos, la transparencia en el manejo de los “hedge funds” y fondos de inversión propios, así como limitar las bonificaciones a los ejecutivos del sector financiero.

La cumbre decidió transferir “al menos 5%” del poder de voto en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y 3% en el Banco Mundial a los países emergentes a fin de que el nuevo reparto «refleje el peso económico relativo de sus miembros”. Asimismo, el documento solicita explícitamente que el FMI evalúe y supervise las políticas económicas de los países integrantes del G20.

Con más o menos optimismo, todos los Presidentes reconocieron que la recuperación esta cerca pero será frágil y plena de vicisitudes, incluso de recaídas. Así lo advirtió el Presidente de China Hu Jinato: “La reactivación aún no es sólida». En consecuencia, en uno de los acuerdos más relevantes de la Reunión, los dirigentes del G20 acordaron evitar un retiro «prematuro» de los paquetes gubernamentales de reactivación económica, ante el riesgo de una recaída en la crisis. Con sus nuevas responsabilidades, el G20 celebrará en adelante dos cumbres anuales. Las de 2010 se llevarán a cabo en Canadá y Corea del Sur y la primera de 2011 en Francia.

Esperemos que tanto sufrimiento acumulado desde que se inició la crisis hace 18 meses y la ilusión de una salida a corto plazo, refuercen la capacidad de instrumentación de las recomendaciones del G20 de Pittsburg, a diferencia de lo sucedido en Londres. Sería muy alentador verificar que toda crisis encierra oportunidades: una arquitectura internacional consistente con el nivel de globalización económica que hemos alcanzado en la cual las economías emergentes han sido reconocidas como actores de un nuevo orden económico internacional.

———————————————————————————–

[Sobre el autor, Carlos Garramón.->https://opinionsur.org.ar/wp/author/3/

———————————————————————————–

Si le interesó este artículo lo invitamos a conocer nuestras secciones de [Desarrollo->https://opinionsur.org.ar/wp/category/desarrollo/, [geopolítica.->https://opinionsur.org.ar/wp/category/geopolitica/ y [trasformaciones->https://opinionsur.org.ar/wp/category/transformaciones/

———————————————————————————–

Opinión sur es financiado por nuestros lectores.

Como contribuir?

_ – [Done desde 10 pesos por mes->https://opinionsur.org.ar/wp/contacto/

_ – [Adquiera nuestros títulos de la Colección Opinión sur->https://opinionsur.org.ar/wp/category/coleccion-opinion-sur/

———————————————————————————–

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *